Crónicas Oscuras 1: Jacob y Amy

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CRÓNICAS OSCURAS: 1. JACOB Y AMY

Catanzaro (Italia), Diciembre de 1865

Amy estaba un tanto preocupada por Henry. Había estado trabajando prácticamente todo el día en el campo, hacía frío y mucha humedad. Últimamente todo el mundo se estaba poniendo enfermo pero le preocupaba especialmente que pudiese pasarle algo.

Henry y Amy se habían casado muy jóvenes, como mandaba la tradición, con la esperanza de tener muchos hijos que nunca habían llegado. Tras pasar unas cuentas penurias y haber sobrevivido a dos rebeliones en la Compañía Británica de las Indias Orientales, habían cogido parte del dinero ganado a las órdenes de la reina Victoria y había decidido marcharse al sur de Italia, donde había oído que el clima y que la vida eran mucho mejores, aunque tampoco había sido así.

Amy contempló por la ventana como regresaba su marido, parecía bastante cansado. En cuanto entró por la puerta, corrió a servirle un té caliente y a avivar el fuego de la salita, para que pudiese recostarse y descansar.

Como siempre, en su habitual línea de actuación, Amy preparó la cena en silencio y salvo las habituales bendiciones de la mesa, ni una palabra volvió a surcar la habitación.

Así transcurrían los días, sin más emoción que ver pasar las horas. Amy estaba acostumbrada a la soledad y solía salir a pasear por los alrededores cuando no había terminado su faena diaria.

Una tarde, en uno de sus habituales paseos, divisó entre las maleza un pequeño nido de pájaro con sus huevos indefensos a la vista tirado en el suelo, entre la maleza. Amy, que al no haber tenido hijos propios no paraba de preocuparse por los de los demás y, al no ver a la madre de los pequeños revolotear en la cercanía, decidió poner el nido a salvo en la copa del árbol.

Se remangó el vestido y ató una de las partes al lazo con el que rodeaba la cintura y cogió el nido con una de las manos mientras con la otra se ayudaba a trepar por el árbol. Intentaba no mirar el suelo, constantemente se repetía que mantuviese la vista al frente hasta que, finalmente, llegó a un lugar alto donde poder colocar el nido. Colocó todo de forma que no se moviese y zarandeó un poco la rama para comprobar que no caería de nuevo al suelo. Amy sonrió, luego comenzó a bajar lentamente y, de pronto, oyó un estruendoso chasquido y sintió como se precipitaba al vacío.

En su caída, breve pero a sus ojos una eternidad, trató de agarrarse a las ramas que la golpeaban sin éxito. Luego, un golpe sordo y después nada.

Amy despertó al cabo de unas horas. Estaba aturdida y desorientada. Durante unos instantes no sabía muy bien dónde se encontraba hasta que, al cabo de un momento, recordó la caída. Trató de incorporarse pero parecía que llevase algo pesado atado a la espalda. Los músculos de todo el cuerpo le dolían. Sintió un dolor agudo en la parte posterior de la espalda y se llevó la mano, notó algo cálido y húmedo y se llevó la mano a la cara para comprobar sus temores: sangre.

Se habría clavado algo, era lo único que tenía sentido. No podía correr pero tampoco podía hacer nada. Con un gran esfuerzo y un grito ahogado de dolor se puso en pie y descubrió que también se había torcido un tobillo. Chasqueó la lengua como muestra de su fastidio y cojeó rumbo a su casa a través del bosque, iluminado sólo por la luna.

No parecía que nadie la hubiese ido a buscar, era una vergüenza que ni Henry estuviese gritando su nombre a lo lejos en el bosque. Estaba enfadada pero, sobre todo, triste.

Al cabo de unos metros se dejó caer contra el tronco de árbol, agotada y se dejó escurrir hacia el suelo. Estaba reventada y al borde del desmayo. Amy notaba como se le escapaba el aliento y pensó que, al menos, moriría contemplando la luna.

Se desmayó.

Notó unas palmadas en la cara. Luego otra más fuerte. Amy entreabrió los ojos en un esfuerzo agotador y contempló los ojos más oscuros que había visto en años. Luego se desmayó.

Despertó horas más tarde, en medio del bosque. Aún era de noche. No sabía cuanto rato llevaba allí. Ya no le dolía nada, estaba bien. Se levantó sin esfuerzo a la primera, comprobó su herida que ya no sangraba y pisó fuerte con el tobillo. Todo estaba bien.

Amy rió. No sabía cómo pero parecía que un sueño reparador había curado todo. Contenta, emprendió de nuevo el camino de vuelta a casa.

-    Yo que usted no iría tan rápido. – dijo una voz a su espalda.

Amy se giró sobresaltada. En una zona no iluminada alguien estaba hablándolo, apoyado en un árbol.

-    Oiga, le advierto que mi marido está buscándome. Si se acerca chillaré y vendrá enseguida.
-    Seguro. – dijo la voz – Estoy convencido que se preocupa mucho por usted.

La persona de la que salía aquella voz se dejó ver. Era un hombre alto, de complexión fuerte, muy pálido, al menos por la luz nocturna, tenía los ojos negros más oscuros que Amy había visto nunca…o al menos hasta aquella noche.

-    Usted… - musitó ella, contrariada.
-    Veo que no estaba del todo inconsciente. Usted estaba a punto de morir, y yo la he ayudado.
-    Oh – exclamó Amy – Disculpe entonces, creo que le debo mi agradecimiento. No dude en pasar por mi casa en algún momento, está invitado a cenar.
-    Gracias, eso no será posible. – dijo el hombre, dejando a la vista una escalofriante sonrisa escoltada por dos blancos colmillos.
-    ¡¿Qué demonios?!
-    No nos demonice tan pronto, querida. – replicó el hombre, sonriendo – Yo le he dado la vida…al menos una nueva.
-    ¿Qué me ha hecho?
-    Estoy segura de que lo sabe…habrá oído historias, como todas las jovencitas. Ya sabe…vampiros.

Amy había escuchado unas mil historias de vampiros, pero nunca había creído en ellas. Sin duda aquello debía de ser una broma. Quiso echar a correr pero se dio cuenta de que le podía más la curiosidad que el miedo.

-    ¿Me ha mordido o lo que sea?
-    Si.
-    ¿Por qué no estoy muerta?
-    Lo está.

Amy dio un respingo. No era así, los vampiros venían, te mordían y morías. No  había más.

-    Es una maldita, como dicen los estudiosos, pero yo no le llamaría maldición. Técnicamente, estás muerta pero, en realidad, le he dado el don de la vida eterna.
-    ¿Por qué?
-    Se moría.
-    Ya. ¿Por qué no me ha dejado morir?
-    Porque me ha parecido mejor ayudarla. No creo que deba preguntar más el porqué y debería preocuparse por el ahora.
-    Bien, ¿y ahora qué?
-    Acompáñeme a mi guarida, pronto saldrá el sol, como le explicaré, verá que no nos favorece mucho.
-    Y ¿mi marido?¿mi familia?
-    Nos ocuparemos de eso más adelante. Venga conmigo. Por cierto, soy Jacob.
-    Yo Amy.

Y ya que no parecía haber otra alternativa, se fue con él hacia un viejo panteón situado en el viejo cementerio, al otro lado del bosque, al que ya pocos del pueblo acudían.

Continuará...

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